lunes, 23 de agosto de 2010

Una historia en penumbras: Capitulo 4: La desgracia de Bartolomé

Ya eran pasadas las 2:30 de la madrugada, y nosotros seguíamos allí escuchando cada una de las palabras de Ramirez. Yo, en realidad, le prestaba muy poca atención al cuento, me importaba poco y nada. Por mi cabeza solo pasaba un pensamiento: ¿De donde surgió este viejo decrépito? Es decir, un día llegó a nuestro pueblo y a los seis cortos meses, estábamos instalados en su casa, de lo más cómodos, escuchando sus fantasiosas historias. En verdad me preocupaba el origen de este tipo, no pensaba en otra cosa.
Me sentía tan ignorado, es como si ninguno de mis amigos me hubiese tomado en cuenta, como si hubiesen olvidado lo que les había advertido. ¿Acaso no se dieron cuenta de las intenciones de ese viejo demoníaco? Tal vez, vieron los hechos demasiado tarde para poder actuar, no se, quizás, la elección correcta hubiera sido llevármelos a la fuerza o ir a la casa de los padres y advertirles de todo. En cuyo caso, no hice nada de eso, me quedé callado escuchando con seriedad, pero sobre todo observando a Ramirez, miraba todos sus movimientos, no se me perdía detalle y él lo sabía, sabía que yo lo vigilaba, pero continuó su historia sin prestarme demasiada atención:

-Los gritos en las noches eran cada vez más inquietantes, no se podían soportar. ¿Pero saben que era lo verdaderamente raro?

Encorvó su espalda para agacharse y estar más cerca de nosotros, agarrándose las manos como si estuviese a punto de orar.


-Lo más extraño y espeluznante era que nadie, excepto él, los escuchaba.

Cuando pronunció estas palabras, se sonrió. Esa sonrisa fue tan… macabra, sí, fue aterradora.

-… ¿S-solo, el…? (Preguntó Mara aterrada por la historia, creo que fue la que menos habló a pesar de ser la que mejor se llevaba con el viejo, me imagino que por el susto. Ella era muy sensible)
-Sí… y además, las voces le amenazaban…
-¿Y que le decían? (Julieta, siempre valiente, no demostró nunca ni un poquito de miedo.)

El viejo Ramirez, con la misma pose que tenía y con esa sonrisa escalofriante, giró lentamente la cabeza hasta que pudo mirarme fijamente a los ojos y dijo:

-“Te mataré, a ti y a los que amas, te destrozaré. No puedes escapar, no puedes esconderte, sólo grita… grita lo más fuerte que puedas, para poder disfrutar más tu desesperación…”

Esa frase, fue como una aguja clavándose en mi corazón, se me paralizó todo el cuerpo. Por mi cara pasó una gota de sudor frío.
Todo quedó en silencio durante un segundo, hasta que por fin interrumpió Juan, que al parecer, estaba muy entusiasmado con la historia.

-¿Y qué hizo? ¿Qué pasó después de eso? (tenía una gran exaltación)

Cuando Juan preguntó eso, giró su cabeza y lo miró sin ninguna expresión en su rostro. Después se enderezó en el sillón de terciopelo.

-Nada, intentó ignorar todo lo que pasaba, y así pasaron los días del pobre Bartolomé.
-¿Y la clínica? (pregunta Cecilia)
-Eventualmente, quebró, porque la gente miraba el lugar y lo único que pudo ver fue un salón mal pintado, con cañerías mal arregladas y a un médico que parecía ser un drogadicto.
No tardó mucho tiempo en volverse loco de verdad, con todo lo que le estaba pasando. Además, su mujer… (Volteó el rostro y miró hacia la ventana con una cara de molestia.)
-¿Qué pasaba con su mujer? (dijo Cecilia)
-Bueno, pues ella simplemente notó a Bartolomé raro y él nunca le contó por qué se sentía así. Ella, poco a poco, dejó de hablarle y con el tiempo, él terminó dedicándose a trabajos como criado o recadero, obviamente, solo trabajaba por comida.
-Qué terrible!… (Añade Juan con un tono deprimente)
-En verdad. (Volvió a mirarnos) Pero, la historia no termina. Aún había algo que le podían arrebatar, algo que sería el punto máximo, su “culminación” por así decirlo.
-Su hijo… (Es increíble lo inteligente que era Julieta)

Ramirez no contestó, sólo levantó la mirada y miró hacia la esquina superior del inmenso salón. Después de unos segundos, volvió la mirada y prosiguió.

-Que percepción jovencita, en efecto, su tan esperado hijo. Llegó la fecha, 19 de diciembre del 1891, ese fue el día fatídico de la muerte de su hijo Jaime
-¿Murió? (Pregunta bastante obvia por parte de Mara)
-Sí… nació prematuro… Disculpen chicos, me retiro 5 minutos.

Se levantó lentamente de su sillón y se fue por el pasillo al lado de la chimenea. Cuando nos quedamos solos surgieron por fin los comentarios.

-Chicos, lo siento mucho, pero este viejo está muy loco, podría hacernos cualquier cosa, yo me largo de aquí.
-Aguanta Pablo, si ya va a terminar la historia. (Intentó convencerme, mi mejor amigo desde los 3 años, Juan)
-¡JA! (Agresiva como siempre, Cecilia comenzó a gritarme) ¡Dejálo! El pobrecito nene de mamá tiene miedo, quiere irse, déjalo que se vaya.
-¡¿Acaso te interesa mucho mi vida para que te metas de esta forma?!
-¡Vienes con nosotros, te vas con nosotros!
-¡¿Por qué te voy a hacer caso?!
-Porque todavía no para de llover, Pablo (Dice Julieta con un tono relajante, parecía totalmente calmada y cansada de escucharnos) ¿No viste los rayos? Te podría agarrar una pulmonía si sales ahora.
-Esta bien, no me voy, pero hay algo que tengo que hacer.
-¿Qué quieres hacer? (Mara, aún asustada por la historia)
-Voy a espiar a ese viejo y a ver qué hay por la casa.
-¿Estás loco? Te va a descubrir don Ramirez y te va a matar, parece que a ti te odia… (Juan con su preocupación)
-No me va a descubrir, tranquilo.
Muy, muy mala decisión por mi parte. Pero si no hubiese hecho eso, tal vez no hubiese visto la verdadera historia tras Bartolomé. Si, en realidad no me arrepiento para nada, porque destapé toda la oscuridad tras ese viejo decrepito y Bartolomé. Sin embargo, algunas cosas no salen siempre como uno las planea, ¿verdad?

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